Parece ser que el número “20” está siendo cabalístico en diversas materias. Hace pocas semanas en Chile se impulsó la campaña “Educación 2020” por parte de un destacado profesor e ingeniero, Mario Waissbluth, y agrupaciones de estudiantes de ingeniería de la Universidad de Chile y otras más. Objetivo: lograr que en el año 2020 el 20% más pobre de la población tenga acceso a educación de la misma calidad que el 20% más rico. Un objetivo básico de esta campaña ha sido transformarla en un movimiento ciudadano poderoso que la transforme en un tema de política pública y de relevancia, ya de una vez, para el sector político. No habrá un verdadero “break point” que nos impulse al club de los países “desarrollados” mientras no se logre superar las inequidades en la educación e impulsar los objetivos que promueve Educación 2020.
Pero el “20” no solo ha sido usado con ingenio y mediatismo –y de paso poniéndole objetivo y plazo al desafío – en materia educativa en Chile. Tampoco parece ser un número cabalístico exclusivamente para chilenos. Aunque sorprenda, la Unión europea se ha planteado desde hace ya unos años el uso del número “20” como cábala en el ámbito energético, a propósito de la urgente necesidad de reducir los niveles de CO2 y otros gases en la atmósfera.
Es así que la ambiciosa meta climática de la Unión Europea es “3 veces 20”: subir el porcentaje de energías renovables en 20%, subir los niveles e eficiencia energética en un 20% y reducir las emisiones de CO2 en otro 20%. Lo anterior da cuenta de una fórmula que – independientemente de los porcentajes – constituye la trilogía que resume la necesidad de conciliar la crisis climática global con los requerimientos energéticos de la sociedad del siglo XXI. La postura conceptual de la Unión Europea frente a los ajustes que demanda el cambio climático ni tan solo es reciente y reactiva a los últimos informes científicos del IPCC. Ya a principio de los años 90, Alemania creó una ruta nacional para la reducción de emisiones de anhídrido carbónico. El Bundestag (Parlamento Federal) aprobó entonces reducir hasta 2005 en un 25% la carga de CO2 generada por la industria, los hogares y el tránsito, en comparación con los niveles de 1990, siendo ésta una señal decisiva que coadyuvó al éxito de la “Cumbre de la Tierra” de Río de Janeiro en 1992, en la que más de 150 estados aprobaron la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Debe tenerse en cuenta que la fecha comprometida en el Protocolo de Kyoto (1997) para los países firmantes, es el año 2012, quedando los países más desarrollados en porcentajes de reducción de hasta un 21%. No obstante las discusiones y posteriores revisiones que han venido haciéndose al Protocolo, el Consejo Europeo redefinió en marzo del 2007 la política energética de Europa, decidiéndose una reducción colectiva del 20% hasta el 2020 en comparación con 1990. ¿Cómo lograrlo?: a través de las tres “20”. Ya que ésta es la fórmula más clara que permite conciliar la rebaja de emisiones de gases efecto invernadero, con un abastecimiento energético que brinde mayor independencia y seguridad de abastecimiento, competitividad y ecológicamente más amigable. Se observa con bastante claridad, inclusive en las últimas discusiones habidas en Bali, a fines del 2007, una contundente, clara y metódica línea de objetivos de reconversión energética por parte de la UE, lo que nos demuestra que sí es posible avanzar y conciliar desarrollo y sustentabilidad ambiental.
La estrategia de las tres “20” debiera ser analizada con detalle y difundida en Chile. Y por cierto, exigiendo a las autoridades una clara definición de objetivos en esta materia, ya que Chile importa más de un 70% de su energía primaria, generalmente en combustibles tradicionales. Esta combinación de “20-20-20” parece clave para entender por qué los especialistas señalan que la construcción de megacentrales - como las hidroeléctricas planteadas en el proyecto Hidroaysén” - no son indispensables. Los actores políticos no se ponen de acuerdo respecto de este tema aunque el actual Ministro de Energía, Marcelo Tockman, parece tener bastante alineado el diseño de una política energética para las próximas décadas en torno al concepto mencionado. Un avance importante en Chile es que ya existe una reciente ley que establece la obligatoriedad de que la matriz energética incluya las ERNC, - es decir, lo que se legisló en Alemania a principios de los 90 -. Aunque la ley chilena coloca un techo obligatorio de un tímido 10% para el 2024.
Ojala que este cabalístico número 20, surgido espontáneamente en Chile a propósito de la educación, y en la UE respecto de la energía, sea tomado en préstamo con tanta claridad para el desarrollo de una política energética equilibrada, sustentable y aceptada por la comunidad nacional. Lo demandan nuestras obligaciones climáticas globales, las de autoabastecimiento, aquellas relativas a políticas estratégicas, de conservación del medio ambiente y desarrollo de una mejor calidad de vida. Varios paradigmas deberán romperse durante este obligado proceso. Pero ojo: los ciudadanos ya tenemos conciencia ambiental más clara y desarrollada de lo que los sectores políticos y productivos imaginan; y “ojo” también: el sector industrial ha venido reconvirtiéndose igualmente. En los hechos, hay una generalizada crítica a la ausencia de políticas energéticas que debieron haberse venido generando desde hace ya más de una década, lo que quizás habría evitado la crisis del “gas natural” a partir del 2004. El tema ambiental y el energético van de la mano. El paradigma ya ha cambiado, y los ciudadanos estamos siendo agentes de este cambio de paradigma. Como muestra: “Educación 2020”,…a la fecha de este artículo, en poco más de un mes hay ya cerca de 20.000 ciudadanos que han adherido a esta campaña.
Desde Punta Arenas
Sergio Praus
Post publicado también en http://www.politicastereo.tv/
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